una vez me dijo que su cáncer lo liberó definitivamente. no fue muy exhaustivo, como solía serlo con este tipo de temas. tampoco era exigible demasiada intensidad sobre un respecto tan tremendo. de todas formas lo articuló suficiente como para que lo entendiéramos (nos lo comentó al Alemán y a mí una noche de gota caliente enfrente del peñón de Ifach, el segundo peñón de su mediterránea vida). más quizá yo, que siempre escuché y reflexioné sobre sus precupaciones existenciales, la herencia Julianski, su ontología doméstica, la cosmogonía erótica y todo eso. un mundo de ideas y sensibilidades que a veces me rozaban, otras volaban demasiado alto y otras me arrollaban como un expreso.
aquella noche se le veía muy en su papel de cesante acomodado, curado de espantos y contingencias. sólo en algún momento se le vidrió la mirada o sugirió sudores su cristalino. pero eran momentos en los que se salía de la reflexión y el método y se dejaba mecer por el amor que ya no iba a estar.
su pensamiento era que por primera vez en su existencia y en su vida, algo le iba a permitir disponer totalmente de su deseo. no había ya hueco para las explicaciones no deseadas, las justificaciones obligadas, las solicitudes de dudosa respuesta, las cortapisas inducidas, los trueques éticomateriales, los chantajes normativos. porque si se sabe que morirás en breve, qué obliga a que no se te trate ya como a un muerto. qué obligaciones se les pueden imponer a los cadáveres, qué exigirles, a qué conminarles, de qué convencerles. en eso, y ahí hizo alguna broma negra de turno, sí que parece que el mundo haya avanzado en algo: en casi todas partes no se queman los cuerpos yertos salvo en hornos privados, no se los despedaza ya, no se les expone en pica o plaza... ya se aceptó que es un falso dominio sobre el ser extinto, que sólo sirvió acaso para dominar el miedo de quienes siguen vivos.
y eso, dijo también, a pesar de que sé que todavía habré de luchar escaramuzas para evitar los repasos médicos, los chantajes de quienes te perdieron y ya no pueden recuperarte, las admoniciones gazmoñas de sesuda apariencia y vacua doctrina (intentando llevarte de nuevo a la lógica que denunciaste y renunciaste, incluso por la que no te importa venir a morir).
sí, se le veía tranquilo y coherente, casi satisfecho. dispuesto a practicar su libertad más absoluta durante el tiempo que le permitiera su verdugo habitante.
al Alemán y a mí nos resonaban viejas consignas, más vale un fin espantoso que un espanto sin fin, ¿dos días vivo o dos mil muerto?, y todos los envases de carpe diem con fecha de caducidad en el culo.
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