jueves, 3 de diciembre de 2009

yo nací un otoño


yo nací un otoño de un año que siempre tengo que hacer diversas cuentas para sacarlo. siempre fui un negado para almacenar fechas fijas, años exactos que contuvieran acontecimientos concretos por muy dignos o relevantes que en verdad fueran. me pasó siempre a pesar de la memoria bastante aceptable que para casi todo he gastado. no sé si mi aversión a las matemáticas habrá tenido algo que ver, dado que inevitablemente un año implica una cifra. con las edades también me ha pasado lo mismo y seguimos hablando de números... y no sé si habrá algún otro factor que haya ayudado a este tipo de fallas de mi sistema de almacenaje vulgo memoria, pero aún no he dado con él y la verdad es que no me preocupa como para dedicar mucho tiempo a su búsqueda.

además la persona con la que vine a este mundo y con quien me ligué ya para los restos ha sido todo lo contrario en este asunto, con lo que siempre he gozado (y quizás abusado) de la cercanía de alguien que almacena sin pestañear fechas completas con día, mes y año, etiquetas para cada una de ellas con los acontecimientos exactos que les corresponden, ya sea un cumpleaños, una salida de viaje, el comienzo de un nuevo trabajo, la operación de fulanito, el divorcio de mis padres o lo que a usted se le venga en gana consultar. una apuntadora de lujo que además me ha ido construyendo por dentro un útil esqueleto o estructura ligera con los nodos más valiosos de nuestros hitos temporales, de forma que ya no tengo terribles caídas de ánimo por no poder localizar el punto temporal exacto de acontecimientos verdaderamente trascendentales...

...o para los que su ubicación exacta en el tiempo tenga una carga trascendental. porque inmediatamente se habrán dado cuenta de que si pudo construirme tal estructura, qué hace fuera de la misma nada más y nada menos que el mero año de mi nacimiento, con el agravante de tratarse de un nacimiento compartido entre actor y apuntadora. y es que igual siempre me resultó bastante relativo eso de la carga trascendental de una ubicación temporal exacta: en realidad tal trascendentalismo no debería pasar de saber
que ha sucedido y más o menos cuándo, antes o después o al mismo tiempo de qué, pero sobre todo que sucedió. la carga trascendental para una ubicación exacta de un acontecimiento en el tiempo, y generalmente por motivos ajenos a la voluntad de uno, no pasa de ser una necesidad exógena de quedar bien -el cumpleaños de tu madre-, aprobar un estúpido examen de historia, o demostrar la capacidad de concentración y orientación que te parece que un jefe o un cliente van a apreciar y valorar.

por lo tanto quede claro mi total desapego a la cifra del año exacto en que nací con Rosa. desapego de igual tamaño que lo trascendente del acontecimiento, el mayor en términos cuantitativos y cualitativos de mi vida, mi existencia y cualquier otro tipo de proceso asociado antes, mientras y después, en el sentido más extenso de los tres adverbios.

yo nací un otoño cargado de magias simples que se habían ido poniendo de acuerdo sin decirme nada hasta que me empujaron como un batallón bromista a efectuar la llamada que desencadenó el nacimiento, mi nacimiento, nuestro nacimiento.

en ambos flancos de lo que iba a ser un nacimiento compartido estaba sucediendo lo mismo. desde hacía un breve y entrecortado período de tiempo habíamos tomado conocimiento el uno del otro, se habían cruzado mensajes generalmente sin forma ni código, sin gramáticas ni sintaxis, y hasta me atrevería a decir, sin conciencia de que tal trasiego se estaba produciendo en un sentido definido y de tal alcance como el que resultaría. éramos dos personajes en serias vías de continuar nuestros procesos sin que se vieran interferidos por el hecho de nacimiento alguno. estábamos en el cesto de esa mayoría que nunca acaba de diferenciar entre nacimiento y parto.

yo venía de múltiples desengaños de todo tipo, mi espíritu idealmente guerrero y aventurero se había convertido en una desorganizada carrera hacia ninguna parte conocida o con sentido, y vivía más que al día, buscando sin saber qué ni cómo, casi más huyendo que otra cosa y aún atado por cuerdas básicas que mi educación y mi entorno habían amarrado tan a conciencia que muchas veces abandonaba ya la idea de acabar con ellas y deshacer sus nudos, a fuerza de no ser capaz de acometer las tareas que las hubieran hecho saltar en pedazos. por más que barruntara o supiera claramente cuáles podían ser.

a su manera, la mujer que nació conmigo, había tenido una historia tremendamente paralela. allí donde yo acumulaba titubeos, confusiones y trabas de cualquier tipo, ella las acumulaba variando sutilmente la tipología de los despistes y los obstáculos.

y en realidad, como ya veremos con tranquilidad, nuestras vidas hasta entonces se habían macerado en historias polícromas, enloquecidas por veces o ahogadas en turbulentos tedios existenciales, absurdos o esperpénticos. y en el momento de acercarse presentaban un sugestivo marinado de ánimos caleidoscópicos por momentos, abstractos en sus sueños y disparatadamente realistas en su día a día.

seguramente por eso el día del empujón del bromista batallón de magias simples, el proceso de catálisis en nuestras probetas fue un fenómeno casi violento que produjo nuestro nacimiento de una vez, sin reacciones colaterales de ningún tipo y menos con engorrosas dilaciones o traumáticos rechazos. un  nacimiento, por decirlo así, bien limpio.  

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